
La Virgen de la Soledad suscita una enorme devoción en Cantillana desde tiempo inmemorial, como queda atestiguado por el arraigo popular de las visitas cotidianas a su santuario, el ajuar que atesora, sus celebraciones religiosas, su fiesta mayor del Viernes de Dolores (el día de la Patrona) y su procesión del Viernes Santo, y por muchos documentos del archivo corporativo, que dan fe de las rogativas, misiones populares y muestras de fervor de las que ha sido objeto la Virgen a lo largo de los siglos; por tanto, este acontecimiento está siendo vivido con gran gozo y expectación entre los fieles cantillaneros, que no sólo anhelaban desde hace décadas que el camarín recuperara la magnificencia perdida, sino que además, después del año y medio que han durado las labores de rehabilitación, volverán a contemplar a la Santísima Virgen presidiendo su camarín tras haber permanecido fuera de él durante todo ese tiempo.
La restauración ha sido dirigida por el profesor Antonio López Hernández, historiador del arte, estudioso de la historia de la cofradía y hermano de la misma, y en ella se han incluido todos los elementos que configuran este regio aposento, desde la embocadura hasta el ventanal trasero y su reja, pasando por la profusa decoración tallada y dorada de la bóveda, los jaspeados y pinturas murales, las puertas y portadas interiores, los postigos, las vidrieras, los mármoles, el enlosado y por supuesto, la soberbia peana de la Virgen, que ha sido devuelta a su majestad primitiva. El éxito de la restauración ha sido rotundo y gracias a ella Cantillana ha recuperado con toda su suntuosidad y enjundia artística este camarín datado en 1794, que pasa por ser una muestra muy representativa del patrimonio histórico-artístico de la Archidiócesis y constituye, ante todo, un referente religioso y devocional de primer orden para esta villa.

******
El camarín de la Soledad es un auténtico tabernáculo devocional engastado en el monumental santuario que los cantillaneros levantaron a finales del siglo XVIII para venerar a su Patrona, construido sobre la antigua ermita de San Sebastián, en la que desde el siglo XVI recibe culto la venerada imagen. Encomiable fue la labor del presbítero José Velázquez para concluir el templo que fue solemnemente bendecido en 1794, realizándose una magna procesión para trasladar la Virgen a su nueva capilla, quedando entronizada en el singular camarín que ahora veremos totalmente restaurado. De hecho, el propio Velázquez nos brinda un precioso testimonio de cómo el nuevo templo se consideró entonces un monumental y perpetuo exvoto, ofrecido por el pueblo a la Virgen en agradecimiento por los favores recibidos de generación en generación: "Persuadido de la ardentísima y fervorosa devoción de este pueblo a Nuestra Santísima Madre y Señora, y vivas ansias con que deseaban se acabase la citada capilla, […] me resolví por un impulso superior a seguir la insinuada obra, la que puse desde luego en práctica, habiéndola seguido hasta su total y completa perfección. Por lo cual, y considerando que de este hecho no era justo defraudar a la posteridad su memoria, antes sí dejar y que le quedase un monumento que acredite el reconocimiento y gratitud mayor de este pueblo a Nuestra Madre y Señora, que ha sido en todos los tiempos el lugar de asilo y refugio donde han hallado todos los vecinos el socorro y alivio en todas sus necesidades, así públicas como privadas, pues no hay memoria ni hemos oído a nuestros mayores y antepasados que, habiendo implorado las divinas piedades y misericordias en los tiempos de calamidad, poniendo por intercesora a nuestra amabilísima Madre, no hayan conseguido el alivio y consuelo deseado" (Archivo Hermandad Soledad de Cantillana. Libro de cuentas 1734-1797, cuentas del 12/VI/1797, s. f.).

Cuenta con un rico trabajo de esgrafiado y dorado, junto con las policromías de los jaspeados hechos en el estuco del muro, de forma que la talla de madera y los perfiles grabados se confunden en un ritmo unísono. Esta integración técnica, tan propia del Barroco, se había ido ocultando hasta desaparecer fruto de las humedades y de las malas restauraciones y ahora ha vuelto a la luz. En su interior se sitúa una voluminosa peana formada por una planta circular, con cuatro salientes adosados de donde parten unas grandes volutas sostenidas por cuatro esculturas de ángeles y la cornisa superior, con guirnaldas de flores. En octubre de 1793 concluyó la talla del retablo y del camarín para la Soledad de Cantillana, pero ni en el contrato del retablo ni en las cuentas de la hermandad se menciona el escultor que llevó a cabo el conjunto de imágenes. En este sentido, el notorio parentesco estilístico y formal que guardan con varias esculturas del artista genovés Juan Bautista Patrone y Quartín, ha provocado que se adscriba todo el conjunto de imaginería a este autor, incluidos los ángeles atlantes de dicha peana.