En la Cofradía de
la Soledad de Cantillana
El documento más antiguo que se conserva que describe el empleo de un crucifijo articulado en la liturgia del Viernes Santo, es el Ordo del monasterio benedictino de Barking, cerca de Londres, fechado en 1370. “…Se desenclavaba la imagen, posteriormente se envolvía en costosas telas y era llevada hasta el sepulcro, donde permanecía hasta el Domingo de Resurrección rodeada de velas encendidas…”. En España conocemos como se representaba hacia 1480 una ceremonia que se mantiene en la actualidad: El Devallament de la Creu de la Catedral de Palma de Mallorca. [3]
También hay referencias sobre esas fechas de la ceremonia del descendimiento o desclavamiento en la parroquia de San Martiño de Moaña (Pontevedra) y en Olmedo y Medina del Campo (Valladolid). Antonio Sánchez del Barrio narra cómo se desarrollaba en este ultimo pueblo la ceremonia: “…En el crucero de la iglesia conventual de los agustinos de Nuestra Sra. de Gracia se instalaban, no sabemos con qué ceremonial, un Cristo crucificado con los brazos articulados y dos escaleras tras la cruz; a su lado izquierdo una imagen vestidera de la Virgen de la Soledad sobre unas andas. Durante el sermón de este señalado día y llegado el pasaje del descendimiento del Señor, varios frailes, dos de ellos encaramados en las escaleras, seguían los pasos marcados por el predicador quien, tradicionalmente por este orden, ordenaba retirar la corona de espinas de la cabeza del crucificado, los clavos de las manos derecha e izquierda y, por último, el de los pies (dos en nuestro caso); paso a paso, corona y clavos eran entregados al oficiante principal (…) y éste los presentaba a la Virgen mientras el orador hacía un comentario piadoso alusivo a cada elemento pasional. La imagen de Cristo, una vez desenclavada y sostenida con una sábana por el torso, era descendida, presentada a la Dolorosa y por último depositada en una urna. Acabada la escenificación, ambas imágenes, el ahora Yacente y la Dolorosa de bastidor, saldrían en andas por las calles cercanas al convento en comitiva fúnebre rememorando el Entierro de Cristo”.[4]
A partir de la promulgación del Concilio de Trento en 1563, la contrarreforma católica propagaba, aún más, la necesidad de catequizar a los fieles mediante imágenes, a lo que se habían opuesto los reformistas protestantes. La proliferación de hermandades y cofradías se multiplicó. En este contexto nacen las cofradías de la Soledad, que entre sus funciones instauran la escenificación del descendimiento y entierro de Cristo, como ya se venía haciendo desde antes en parroquias, abadías y monasterios.
El impacto emocional que causaba al gran público la conmovedora escena en que Cristo era bajado de la Cruz y entregado a su Madre Dolorosa, propicio que este rito se extendiera pronto por todos los lugares de la geografía, así como en América donde comienzan a fundarse hermandades de la Soledad siguiendo el modelo de la de Sevilla.
En la capital, no sólo lo efectuaba la Hermandad de la Soledad (hoy en San Lorenzo), sino que también lo realizaba la del Santo Entierro, hecho que propició un pleito entre ambas corporaciones[5]; resultó a favor de esta última que mantuvo la ceremonia. De ella dice José Bermejo y Carballo en sus Glorias Religiosas de Sevilla: “… Empezaba a las doce de la noche del Jueves Santo: hora en que se manifestaban colocadas las imágenes de Cristo Crucificado con los ladrones a los lados, la de María Santísima, San Juan Evangelista y las Marías en el collado en que estaba la capilla, inmediato a la Puerta Real, sitio llamado sin duda por esta causa Monte Calvario. De este modo y con algunas luces, permanecía las Sagradas Imágenes en aquel lugar hasta las tres de la tarde del Viernes Santo que se predicaba el sermón del Descendimiento; y se ejecutaba este por cuatro sacerdotes, capellanes de la parroquia de Santa María Magdalena, conocidos con el nombre de varones timoratos, revestidos de alba y estola. Bajado el Señor de la Cruz, lo colocaban en los brazos de la Santísima Virgen, y envuelto después en una sabana o mortaja, se ponía en unas andas formándose enseguida la procesión del Santo Entierro.”[6]
Con esta prohibición, las ceremonias del Viernes Santo fueron desapareciendo en multitud de ciudades y pueblos, no obstante, como ocurrió en la archidiócesis de Sevilla con la prohibición del Cardenal Fernando Niño de Guevara, allí donde tenían un fuerte arraigo y tradición, se mantuvieron.
En muchos lugares la ceremonia ha persistido y en otros, aunque dejara de celebrarse, las imágenes encargadas de representar este acto, en la mayoría de los casos, han mantenido sus articulaciones aunque en desuso. En cambio, a otras le fueron suprimidas, alterando el concepto de la propia efigie.
Entre los lugares en que la ceremonia del descendimiento se conserva podemos citar Tui y Cangas de Morrazo (Pontevedra), Viveiro (Lugo), Finisterra (La Coruña), Hondarribia (Guipúzcoa), Olmedo, Tordesillas, Medina del Campo y Nava del Rey (Valladolid), Peraleda de Mata, Cáceres y Coria[9] (Extremadura), Pollensa, Palma de Mallorca, etc. En Andalucía se ha mantenido vivo en diversos lugares como Oria (Almería), Cartaya y Aroche (Huelva), Aguilar de la Frontera, Montalbán de Córdoba y Doña Mencia (Córdoba), Archidona (Malaga)…
Famoso es el Descendimiento que se realiza cada Viernes Santo en Salamanca. Organizado por la Hermandad de la Vera-Cruz, siendo el acto más antiguo de la Semana Santa Salmantina[10]. Para ello en el campo de San Francisco se erige un Calvario con las tres cruces, la de los ladrones a los lados, y en el centro la de Cristo con las dos escaleras para proceder al descendimiento; entre las cruces se sitúan las imágenes de la Virgen Dolorosa y San Juan Evangelista. Tras la predicación de un orador sagrado se desciende la imagen de Jesús a la que los fieles seguidamente besan los pies.
En Bercianos de Aliste (Zamora), es muy conocida su procesión del Viernes Santo, precedida de la ceremonia del descendimiento de un antiguo crucificado[11]. En Segovia se utilizaba para la escenificación del descendimiento el famoso Cristo de los Gascones, peculiar imagen románica que se encuentra articulada por todas las partes del cuerpo.[12]
El ejemplo más cercano que tenemos en Cantillana es el de la vecina localidad de Alcalá del Rio, donde ininterrumpidamente se ha conservado el Sermón del Descendimiento como uno de los ritos más emblemáticos y ancestrales de la Semana Santa local. En la provincia de Sevilla también se mantiene en Mairena del Alcor, Pruna y Benacazón; y recientemente ha sido recuperado en varios lugares donde había desaparecido como la Algaba, Castilblanco de los Arroyos, Peñaflor y Marchena; con ello se demuestra el interés que suscita en la actualidad, en algunas hermandades, la recuperación de los elementos primigenios y fundamentales de las mismas.
Como reducto de estos ritos, aún los Cristos sevillanos de Casariche, Fuentes de Andalucía, Lebrija, Olivares y Pilas mantienen las articulaciones en sus hombros; otros en cambio las perdieron, como los de lugares donde también contó con gran tradición esta ceremonia, hoy perdida: Alcalá de Guadaira, Albaida del Aljarafe, Castilleja de la Cuesta, Guadalcanal, Herrera, Los Palacios o Sanlúcar la Mayor.[13]
II El sermón del Descendimiento en Cantillana
Con esta prohibición, las ceremonias del Viernes Santo fueron desapareciendo en multitud de ciudades y pueblos, no obstante, como ocurrió en la archidiócesis de Sevilla con la prohibición del Cardenal Fernando Niño de Guevara, allí donde tenían un fuerte arraigo y tradición, se mantuvieron.
En 1691, ante los intentos de prohibición del obispo Pedro de Alagón, el Cabildo de la Catedral de Palma de Mallorca recurrió a Roma para evitar la desaparición de este arraigado rito. Como vemos, en ciertos sectores de la Iglesia estas ceremonias no gozaban de mucho predicamento, todo lo contrario que sucedía con el pueblo, que aceptaba este tipo de manifestaciones con gran interés y devoción.
El documento más antiguo que se conserva de nuestra Hermandad, ya refleja el deseo de los cofrades fundadores por celebrar la ceremonia del Descendimiento, al encargar al pintor de imaginería Juan de Santamaria varias imágenes para conmemorar con ellas el Entierro y la Resurrección de Cristo. En dicho contrato –fechado en 1583- se especifica la realización de un “…Cristo de Resurrección, un cristo fecho de gonces de descendimiento de Cruz e para el sepulcro, un sepulcro de madera, e cinco Ángeles de blanco... con las ynsinias de la pasión, las pariguelas de olio, y mas una imagen de nra sra de pasión, y un calvario con su cruz...con sus parihuelas”. Por todo ello se fijan los plazos de entrega y el precio de 80 ducados.[14]
El Cristo de gonces (bisagras) para el descendimiento de Cruz y para el sepulcro, no es otro que la imagen que durante siglos ha conservado la hermandad y que ahora, tras su minuciosa restauración en Sevilla, regresa a Cantillana con el mismo aspecto que en 1583 le confirió su autor. Es decir que se puede considerar que desde la fundación de la cofradía, acaecida pocos años antes, ya era el acto del descendimiento una de las prioridades del culto de la corporación. La ceremonia formaba parte de todo un rito con el que se conmemoraba el entierro de Cristo, tomando como modelo a la Cofradía de la Soledad del convento del Carmen de Sevilla (hoy en san Lorenzo) y que se repite en la mayoría de las hermandades soleanas de aquella época.
El descendimiento en Aguilar de la Frontera (Cordoba)
Introducción
El año de 2014 para la Hermandad de la Soledad de Cantillana quedará marcado en su historia con un importante hito, ansiado por muchos hermanos y cantillaneros como es la feliz restauración y puesta en valor de la antigua y valiosa Imagen del Cristo Yacente que conserva la Hermandad desde sus
orígenes y que en el pueblo es aun conocida popularmente como “el Cristo del Sepulcro” así como por la restauración
también de la antigua urna de rocallas en la que procesionaba esta imagen hasta
comienzos de la década de 1990 y que constituye uno de los enseres más
originales y valiosos de la Cofradía. Ambas joyas del patrimonio material y
devocional de esta antiquísima hermandad y de Cantillana vuelven a recuperar su
esplendor y uso, y pronto esperamos volver a verlos salir en la procesión del
Viernes Santo, como lo vinieron haciendo desde tiempo ancestral, antecediendo a
la devota Imagen de la Patrona de Cantillana.
La
restauración del titular cristifero, trae consigo la recuperación de las
articulaciones con la que fue concebido hace ya 431 años y que fueron
eliminadas en una intervención anterior. Con ello se recupera la función
originaria de esta escultura creada para representar a Cristo como crucificado
o yacente y encarnar con ella la escena del Descendimiento en un hermoso rito
que desde la fundación de la Hermandad hasta finales del siglo XVIII se
escenificaba antes de la salida de la Cofradía: El sermón del Descendimiento,
también llamado de las Cinco Llagas por cuanto son la salvíficas heridas de las
manos, pies y costado del Señor, las que van quedando al descubierto, mientras
hilan el desarrollo del acto y las meditaciones espirituales que el predicador
lanzaba desde el pulpito en tan recogido y penitencial acto.
La
Hermandad de la Soledad de Cantillana, al igual que la mayoría de las
hermandades de este título, nace a semejanza de la Cofradía sevillana de la
Soledad (hoy en San Lorenzo), de la que no sólo toman las reglas sino que
también adoptan las formas de culto externo, representando la Muerte, Entierro
y Resurrección del Señor y la Soledad de María Santísima[1].
Con esta función nace en la segunda mitad del siglo XVI la cofradía
cantillanera, por tanto la procesión del Viernes Santo, entendida como
representación del Entierro de Nuestro Señor, con su cortejo fúnebre y la
previa ceremonia del Descendimiento, es su razón de ser desde el génesis de la corporación,
pudiéndose considerar uno de los fundamentos de la misma.
I la ceremonia del
Descendimiento
Este tipo de ceremonias tienen un origen muy antiguo,
remontándose a la edad media, como parte de la representación plástica de la Pasión
de Cristo. Con ellas, la Iglesia adoctrinaba a los fieles. Además de una forma
de rendirle culto al Señor, servía para instruir a un pueblo poco formado y con
poco acceso a estudios. Este auto sacramental, como también se denominaban,
daba comienzo a las tres de la tarde del Viernes Santo, hora en que la
tradición sitúa la agonía del Redentor. Se estructuraba en varias escenas,
comenzando con la Adoración de la Cruz. Seguidamente tenía lugar la secuencia
del Descendimiento con el sermón y ejercicio de la Cinco Llagas, seguida de la
presentación del cuerpo muerto de Jesús a la Virgen y el posterior entierro.[2]
Pintura de la ceremonia del descendimiento en el convento de las Agustinas de Medina del Campo (Valladolid) |
La Función
del Descendimiento, dentro de la Liturgia del Viernes Santo, comenzó a utilizar
a partir del siglo XIV, imágenes de Cristo con articulaciones para poder
representar el descenso del cuerpo inerte de la Cruz, la unción y envoltura en
la mortaja y su introducción en el sepulcro. El origen lo encontramos en el
mismísimo Santo Sepulcro de Jerusalén donde aún se sigue realizando este acto
dentro de la Liturgia del Viernes Santo. Los franciscanos, que tienen la
custodia de los Santos Lugares, introdujeron este culto en Europa en la Edad
Media.
El documento más antiguo que se conserva que describe el empleo de un crucifijo articulado en la liturgia del Viernes Santo, es el Ordo del monasterio benedictino de Barking, cerca de Londres, fechado en 1370. “…Se desenclavaba la imagen, posteriormente se envolvía en costosas telas y era llevada hasta el sepulcro, donde permanecía hasta el Domingo de Resurrección rodeada de velas encendidas…”. En España conocemos como se representaba hacia 1480 una ceremonia que se mantiene en la actualidad: El Devallament de la Creu de la Catedral de Palma de Mallorca. [3]
También hay referencias sobre esas fechas de la ceremonia del descendimiento o desclavamiento en la parroquia de San Martiño de Moaña (Pontevedra) y en Olmedo y Medina del Campo (Valladolid). Antonio Sánchez del Barrio narra cómo se desarrollaba en este ultimo pueblo la ceremonia: “…En el crucero de la iglesia conventual de los agustinos de Nuestra Sra. de Gracia se instalaban, no sabemos con qué ceremonial, un Cristo crucificado con los brazos articulados y dos escaleras tras la cruz; a su lado izquierdo una imagen vestidera de la Virgen de la Soledad sobre unas andas. Durante el sermón de este señalado día y llegado el pasaje del descendimiento del Señor, varios frailes, dos de ellos encaramados en las escaleras, seguían los pasos marcados por el predicador quien, tradicionalmente por este orden, ordenaba retirar la corona de espinas de la cabeza del crucificado, los clavos de las manos derecha e izquierda y, por último, el de los pies (dos en nuestro caso); paso a paso, corona y clavos eran entregados al oficiante principal (…) y éste los presentaba a la Virgen mientras el orador hacía un comentario piadoso alusivo a cada elemento pasional. La imagen de Cristo, una vez desenclavada y sostenida con una sábana por el torso, era descendida, presentada a la Dolorosa y por último depositada en una urna. Acabada la escenificación, ambas imágenes, el ahora Yacente y la Dolorosa de bastidor, saldrían en andas por las calles cercanas al convento en comitiva fúnebre rememorando el Entierro de Cristo”.[4]
Sermón del descendimiento en Bercianos de Aliste (Zamora) |
A partir de la promulgación del Concilio de Trento en 1563, la contrarreforma católica propagaba, aún más, la necesidad de catequizar a los fieles mediante imágenes, a lo que se habían opuesto los reformistas protestantes. La proliferación de hermandades y cofradías se multiplicó. En este contexto nacen las cofradías de la Soledad, que entre sus funciones instauran la escenificación del descendimiento y entierro de Cristo, como ya se venía haciendo desde antes en parroquias, abadías y monasterios.
El impacto emocional que causaba al gran público la conmovedora escena en que Cristo era bajado de la Cruz y entregado a su Madre Dolorosa, propicio que este rito se extendiera pronto por todos los lugares de la geografía, así como en América donde comienzan a fundarse hermandades de la Soledad siguiendo el modelo de la de Sevilla.
En la capital, no sólo lo efectuaba la Hermandad de la Soledad (hoy en San Lorenzo), sino que también lo realizaba la del Santo Entierro, hecho que propició un pleito entre ambas corporaciones[5]; resultó a favor de esta última que mantuvo la ceremonia. De ella dice José Bermejo y Carballo en sus Glorias Religiosas de Sevilla: “… Empezaba a las doce de la noche del Jueves Santo: hora en que se manifestaban colocadas las imágenes de Cristo Crucificado con los ladrones a los lados, la de María Santísima, San Juan Evangelista y las Marías en el collado en que estaba la capilla, inmediato a la Puerta Real, sitio llamado sin duda por esta causa Monte Calvario. De este modo y con algunas luces, permanecía las Sagradas Imágenes en aquel lugar hasta las tres de la tarde del Viernes Santo que se predicaba el sermón del Descendimiento; y se ejecutaba este por cuatro sacerdotes, capellanes de la parroquia de Santa María Magdalena, conocidos con el nombre de varones timoratos, revestidos de alba y estola. Bajado el Señor de la Cruz, lo colocaban en los brazos de la Santísima Virgen, y envuelto después en una sabana o mortaja, se ponía en unas andas formándose enseguida la procesión del Santo Entierro.”[6]
Acto del descendimiento, el Viernes Santo en Salamanca. |
El arraigo que muy pronto adquirió este tipo de ceremonias se vio truncado por las prohibiciones de las autoridades eclesiásticas sobre las mismas, para evitar escenas exageradas de llantos y lamentos que se producían en las Iglesias en el momento de descender al Señor. En 1604, el sínodo del cardenal Fernando Niño de Guevara prohibió en la archidiócesis de Sevilla la ejecución de estas ceremonias, aunque esta decisión no conllevó la desaparición en la totalidad de la provincia, pues se mantuvo en muchos pueblos donde tenía un cierto arraigo y tradición, siendo el caso de Cantillana, donde se siguió celebrando.[7]
La llegada de Carlos III al trono de España es considerada el comienzo de la Ilustración en nuestro país; en esta etapa de regeneración, estos antiguos ritos así como procesiones de sangre, autos sacramentales y otros espectáculos religiosos medievales, se ven producto de otros tiempos y otra mentalidad, contraria a los postulados racionalistas de la ilustración. Ocurre igual con la oposición de parte de la Iglesia y los gobernantes, a la arraigada presencia de gigantes y cabezudos, danzas, etc. en procesiones y actos devocionales, que aun siendo muy popular, había desvirtuado el sentido religioso de éstos y por ello se termina prohibiendo.
El Conde de Aranda, desde la presidencia del Concejo de Castilla abandera la postura de ilustrados como Jovellanos o Eugenio Larruga y elabora un informe o memoria sobre el cual se emite una serie de resoluciones que terminaría reduciendo las cofradías sólo a las que tuviesen la real aprobación del consejo. El 20 de febrero de 1777, Carlos III promulga la “prohibición de disciplinantes, empalados, y otros tales espectáculos en procesiones y de bayles en iglesias, sus atrios y cimenterios”. Esta imposición será completada con la Real Orden del 10 de julio de 1780 y Cedula del Concejo del 21 del mismo mes y año sobre que “en ninguna Iglesia de estos reynos haya danzas ni gigantones”.[8]
La llegada de Carlos III al trono de España es considerada el comienzo de la Ilustración en nuestro país; en esta etapa de regeneración, estos antiguos ritos así como procesiones de sangre, autos sacramentales y otros espectáculos religiosos medievales, se ven producto de otros tiempos y otra mentalidad, contraria a los postulados racionalistas de la ilustración. Ocurre igual con la oposición de parte de la Iglesia y los gobernantes, a la arraigada presencia de gigantes y cabezudos, danzas, etc. en procesiones y actos devocionales, que aun siendo muy popular, había desvirtuado el sentido religioso de éstos y por ello se termina prohibiendo.
El Conde de Aranda, desde la presidencia del Concejo de Castilla abandera la postura de ilustrados como Jovellanos o Eugenio Larruga y elabora un informe o memoria sobre el cual se emite una serie de resoluciones que terminaría reduciendo las cofradías sólo a las que tuviesen la real aprobación del consejo. El 20 de febrero de 1777, Carlos III promulga la “prohibición de disciplinantes, empalados, y otros tales espectáculos en procesiones y de bayles en iglesias, sus atrios y cimenterios”. Esta imposición será completada con la Real Orden del 10 de julio de 1780 y Cedula del Concejo del 21 del mismo mes y año sobre que “en ninguna Iglesia de estos reynos haya danzas ni gigantones”.[8]
El Rey Carlos III prohibió
este tipo demanifestaciones religiosas.
|
Con esta prohibición, las ceremonias del Viernes Santo fueron desapareciendo en multitud de ciudades y pueblos, no obstante, como ocurrió en la archidiócesis de Sevilla con la prohibición del Cardenal Fernando Niño de Guevara, allí donde tenían un fuerte arraigo y tradición, se mantuvieron.
En muchos lugares la ceremonia ha persistido y en otros, aunque dejara de celebrarse, las imágenes encargadas de representar este acto, en la mayoría de los casos, han mantenido sus articulaciones aunque en desuso. En cambio, a otras le fueron suprimidas, alterando el concepto de la propia efigie.
Entre los lugares en que la ceremonia del descendimiento se conserva podemos citar Tui y Cangas de Morrazo (Pontevedra), Viveiro (Lugo), Finisterra (La Coruña), Hondarribia (Guipúzcoa), Olmedo, Tordesillas, Medina del Campo y Nava del Rey (Valladolid), Peraleda de Mata, Cáceres y Coria[9] (Extremadura), Pollensa, Palma de Mallorca, etc. En Andalucía se ha mantenido vivo en diversos lugares como Oria (Almería), Cartaya y Aroche (Huelva), Aguilar de la Frontera, Montalbán de Córdoba y Doña Mencia (Córdoba), Archidona (Malaga)…
Famoso es el Descendimiento que se realiza cada Viernes Santo en Salamanca. Organizado por la Hermandad de la Vera-Cruz, siendo el acto más antiguo de la Semana Santa Salmantina[10]. Para ello en el campo de San Francisco se erige un Calvario con las tres cruces, la de los ladrones a los lados, y en el centro la de Cristo con las dos escaleras para proceder al descendimiento; entre las cruces se sitúan las imágenes de la Virgen Dolorosa y San Juan Evangelista. Tras la predicación de un orador sagrado se desciende la imagen de Jesús a la que los fieles seguidamente besan los pies.
En Bercianos de Aliste (Zamora), es muy conocida su procesión del Viernes Santo, precedida de la ceremonia del descendimiento de un antiguo crucificado[11]. En Segovia se utilizaba para la escenificación del descendimiento el famoso Cristo de los Gascones, peculiar imagen románica que se encuentra articulada por todas las partes del cuerpo.[12]
El ejemplo más cercano que tenemos en Cantillana es el de la vecina localidad de Alcalá del Rio, donde ininterrumpidamente se ha conservado el Sermón del Descendimiento como uno de los ritos más emblemáticos y ancestrales de la Semana Santa local. En la provincia de Sevilla también se mantiene en Mairena del Alcor, Pruna y Benacazón; y recientemente ha sido recuperado en varios lugares donde había desaparecido como la Algaba, Castilblanco de los Arroyos, Peñaflor y Marchena; con ello se demuestra el interés que suscita en la actualidad, en algunas hermandades, la recuperación de los elementos primigenios y fundamentales de las mismas.
Como reducto de estos ritos, aún los Cristos sevillanos de Casariche, Fuentes de Andalucía, Lebrija, Olivares y Pilas mantienen las articulaciones en sus hombros; otros en cambio las perdieron, como los de lugares donde también contó con gran tradición esta ceremonia, hoy perdida: Alcalá de Guadaira, Albaida del Aljarafe, Castilleja de la Cuesta, Guadalcanal, Herrera, Los Palacios o Sanlúcar la Mayor.[13]
II El sermón del Descendimiento en Cantillana
El documento más antiguo que se conserva de nuestra Hermandad, ya refleja el deseo de los cofrades fundadores por celebrar la ceremonia del Descendimiento, al encargar al pintor de imaginería Juan de Santamaria varias imágenes para conmemorar con ellas el Entierro y la Resurrección de Cristo. En dicho contrato –fechado en 1583- se especifica la realización de un “…Cristo de Resurrección, un cristo fecho de gonces de descendimiento de Cruz e para el sepulcro, un sepulcro de madera, e cinco Ángeles de blanco... con las ynsinias de la pasión, las pariguelas de olio, y mas una imagen de nra sra de pasión, y un calvario con su cruz...con sus parihuelas”. Por todo ello se fijan los plazos de entrega y el precio de 80 ducados.[14]
El Cristo de gonces (bisagras) para el descendimiento de Cruz y para el sepulcro, no es otro que la imagen que durante siglos ha conservado la hermandad y que ahora, tras su minuciosa restauración en Sevilla, regresa a Cantillana con el mismo aspecto que en 1583 le confirió su autor. Es decir que se puede considerar que desde la fundación de la cofradía, acaecida pocos años antes, ya era el acto del descendimiento una de las prioridades del culto de la corporación. La ceremonia formaba parte de todo un rito con el que se conmemoraba el entierro de Cristo, tomando como modelo a la Cofradía de la Soledad del convento del Carmen de Sevilla (hoy en san Lorenzo) y que se repite en la mayoría de las hermandades soleanas de aquella época.
En nuestro pueblo vecino,
Alcalá del Rio,
la hermandad de la Soledad mantiene vivo el descendimiento, como una de las características más genuinas de su Semana Santa. |
El Viernes Santo, a las tres de la tarde, daba comienzo el Sermón del Descendimiento o de la Cinco Llagas, a cuyo término salía la procesión hasta la parroquia de Cantillana, haciendo después estación en la ermita de la Misericordia, donde quedaba depositado el Sepulcro, volviendo a la ermita de San Sebastián, sede de la cofradía, las demás Imágenes (Calvario, San Juan y la Virgen de la Soledad), allí las mujeres velaban a la Virgen durante la noche. El Domingo de Resurrección salía de nuevo la Santísima Virgen para encontrarse con Cristo Resucitado, imagen que se encontraba en el mismo lugar donde había quedado depositado el Cristo Yacente[15]. Con el tiempo, la imagen del Resucitado se encontraba en tan mal estado y tan indecorosa, que en la segunda mitad del siglo XVII por mandato del visitador del arzobispado, en alusión al estado de los altares e imágenes de la ermita de la Misericordia, se ordenó que se consumiera (destruyera totalmente) ese resucitado y empezó entonces a utilizarse la imagen del Niño Jesús del Dulce Nombre, sito en aquella ermita para la fiesta de Resurrección, como consta en los archivos de la cofradía.
Con el
tiempo estos actos se dejaron de celebrar manteniéndose sólo los ritos del
Viernes Santo. Como reducto de estas celebraciones pascuales, se mantiene
todavía hoy en la cofradía de la Soledad la Misa de felicitación pascual a la
Virgen, que se hace cada Domingo de Resurrección.
En un
principio la ceremonia del descendimiento, a imitación de Sevilla, se realizaba
en la explanada delantera de la ermita, lo que en Cantillana conocemos como “el
porche de la Soledad” que hacía las veces de Calvario. Así ocurrió en infinidad
de lugares donde en aras de la teatralidad y debido a la cantidad de fieles que
convocarían estas ceremonias, terminó celebrándose al aire libre y todavía así
sigue haciéndose en Salamanca, Marchena, Bercianos de Aliste o Viveiro entre muchos
otros.
Al
trasladarse su celebración a un lugar público, adquiere la dimensión de un
drama popular, que se complementaba con los llamados sermones de la Pasión que
se desarrollaban la mañana del Viernes Santo, en los cuales se representaban
las escenas de la Calle de la Amargura, en ocasiones el prendimiento y Jesús
ante los tribunales.[16]
En nuestro pueblo, documentado desde el siglo XVII, el Sermón de Jesús en la madrugada
del Viernes Santo rememora la Sentencia de Jesús, también se representaba el encuentro
de Jesús y la Virgen.[17]
Por la tarde, la escena de la crucifixión, descendimiento y entierro terminaría
de conmemorar y representar la Pasión de Cristo y el domingo su resurrección,
con procesiones de gloria, encuentros, etc... Todo con un enorme trasfondo
catequético y doctrinal, dirigido a una masa de pueblo casi analfabeta, que
requería de estos escenografías sagradas para conocer y entender los hechos que
nos relata el Evangelio.
La
devoción a la Pasión de Jesús había erigido en muchos lugares elevados a las
afueras de las poblaciones capillas-calvarios, trasuntos en menor escala de los
Sacri Monti Italianos en los cuales
culminaba un Viacrucis y donde se conmemoraba especialmente el Viernes Santo
con celebraciones litúrgicas y procesiones, en la misma Sevilla era conocido
como Monte Calvario, el lugar junto a la Puerta Real donde tenía lugar el
Descendimiento que celebraba la Hdad. del Santo Entierro.
Así
Cantillana, delante de la ermita que durante todo el año era
morada de la Madre Dolorosa (situada en una elevación distante al norte del
casco antiguo del pueblo), cada Viernes Santo erigía su particular Gólgota,
alzándose la Santa Cruz con el Cuerpo de Cristo y a sus pies, la Virgen, que
así adquiría toda la dimensión de su iconografía y advocación, “Stabat Mater Dolorosa Iuxta Crucem Lacrimosa”
(estaba la Madre Dolorosa, junto a la cruz llorando…)
Gran
arraigo entre los cantillaneros antiguos tuvo el Descendimiento, como lo tuvo
la Imagen del Santo Cristo del Sepulcro, llegando a ser disputada por la
Hermandad de la Caridad, para portarla en el simbólico entierro por las calles
de Cantillana, privilegio que les correspondía a los cofrades de la Soledad y
del que no quisieron desprenderse. Quizás por ello, cuando en 1604, el Cardenal
Fernando Niño de Guevara prohíbe estas ceremonias en toda la Archidiócesis, en
Cantillana siguió realizándose, al menos hasta finales del siglo XVIII.
Para sostener
la Cruz, en el centro del porche existía hasta finales del siglo XX, una peana
formada por una gran piedra de mármol, rectangular con una abertura en el
centro, así podemos contemplarlo en un lienzo del pintor local Antonio Sánchez Palma
(1870-1925), que muestra una vista del pueblo desde el porche y en primer
término podemos observar este pedestal realizado exprofeso para esa ceremonia.
Teniendo
en cuenta la descripción de cómo se efectuaba en otros lugares y como todavía
se realiza en el caso más cercano: Alcalá del Río[18],
podemos hacernos una idea de cómo se desarrollaba el Sermón del Descendimiento.
En el
porche de la Soledad se colocaba la Cruz con el Cristo crucificado. La
mencionada cruz, se descarta que fuese la del paso del Calvario, la cual se
relaciona con la contratada con Juan de Santamaría en 1583, “…un calvario con su cruz”, y que saldría
en dicho paso; también se conserva en las dependencias de la hermandad “el
Calvario” o peña rocosa que servía de peana a dicha cruz en la procesión,
que bien podría restaurarse al
constituir otro de los elementos seculares de la cofradía.
Cantillana desde la
Soledad, pintura de Antonio Sánchez
Palma, de principios del siglo XX. En primer plano se aprecia la gran piedra rectangular para sostener la cruz durante el descendimiento. |
Detrás de la Cruz y apoyada en los brazos de la misma, las
dos escaleras por la que subirían los Santos Varones a descender el Cuerpo de
Jesús.
Junto a
la Cruz, se situaba el paso de Nuestra Señora, con palio negro de cajón y
letras de plata, como las ejecutadas en 1738. También cerca se ubicaban el paso
del Sepulcro, vacío, y los demás pasos que formarían el cortejo posterior: el
de San Juan Evangelista y el de la Magdalena (éste a partir de 1722). Los
hermanos de luz o de sangre (penitentes y disciplinantes) con el hábito
nazareno, negro, que luego participarían en la procesión y gran cantidad de
personas asistirían al sermón que era predicado por un sacerdote que la
hermandad requería expresamente para el mismo.
Según
la tradición, Cristo murió a las tres de la tarde, a esa hora daría comienzo.
El predicador procedía a dar lectura de la Pasión y Muerte de Jesús, según los
evangelios; exhortaba a los fieles sobre los sufrimientos y humillaciones de Nuestro
Señor para salvar al género humano, y los predisponía al momento cumbre del
descendimiento. Intercalando la predicación, los sacerdotes y fieles entonarían
algunos responsorios y cantos penitenciales como el Miserere o el Stábat Mater.
Finalizado el panegírico, el mismo orador sagrado hacia de narrador de la
escena del descendimiento y ordenaba a los Santos Varones las acciones a
ejecutar.
En ese
momento, dos sacerdotes revestidos o hermanos, con el hábito de la cofradía,
encarnaban a los Santos Varones y subían por las escaleras portando el sudario
que colocaban bajo los brazos del Cristo y sobre el patíbulo. El predicador
ordenaba retirar en primer lugar el INRI con la causa de la condena,
seguidamente ordenaba que le retirasen a la sagrada imagen la Corona de Espinas.
Una vez desprovista de esta, en medio del silencio de la multitud, se procedía
a desclavar al Señor, que mostraba públicamente la veneradísimas Cinco Llagas
estigmas de la redención.
El
golpeo del martillo contra los clavos para extraerlos, sobrecogía al público,
primero se desclavaba la mano derecha, cayendo entonces el brazo desde la cruz
hasta situarse casi en paralelo con el torso; a continuación la mano izquierda,
realizándose la misma operación, y finalmente, otro hermano situado debajo de
la Cruz, desclavaba los pies. Lentamente y envuelto en el sudario bajaba de la
Cruz y portado por los sacerdotes o hermanos de la cofradía se presentaba a la Santísima
Virgen de la Soledad y siguiendo siempre las órdenes del predicador. Finalmente
se llevaba la Imagen hasta el Sepulcro donde amortajado con la mantilla, saldría
seguidamente en procesión formando un simbólico y solemnísimo entierro.
La Corona
de Espinas y los clavos que se le había retirado a Jesús, se solían depositar
en las manos de la Virgen, ya que debemos de tener en cuenta que durante
siglos, su iconografía incluía los emblemas de la pasión (principalmente Corona
de Espinas y clavos) sobre sus manos con actitud de meditar dolorosamente sobre
ellos[19].
En aquella época, la imagen de nuestra Patrona era ataviada con el traje de
viuda de las damas castellanas, moda difundida a todo el mundo desde la Soledad
del convento de la Victoria de Madrid.[20]
Ilustración del sermón del
descendimiento a las puertas de la Ermita
de la Soledad a finales del siglo XVIII. J. Manuel Barranca. |
La procesión,
tan desvirtuada actualmente de su concepto original, representaría el entierro
de Cristo emulando los entierros de grandes reyes y príncipes, cargados de
simbolismo marcial, luctuoso y sacro. Junto al Sepulcro con el cuerpo sin vida
de Cristo, en el cortejo fúnebre se integraba la Virgen bajo palio, San Juan y
la Magdalena en sus respectivos pasos, el paso del Calvario con la Cruz y
escalas, nazarenos y penitentes, sacerdotes, insignias… pero también, guardia
romana custodiando el Cuerpo de Jesús, banderas arrastradas en señal de luto, cajas
destempladas (tambores) y roncas trompetas, representación de los nueve coros
de Ángeles y otras alegorías y representaciones como las virtudes teologales,
la verónica, las sibilas… Todo ello reincidía en la representación simbólica del
entierro de Cristo que pretendía la procesión. La presencia de cofrades con
cajas o tambores destemplados se mantuvo hasta los años de 1980, siendo
denominados popularmente en Cantillana como “judíos”.
El rito
se completaba con la velación de la Virgen, al regreso de la procesión. Esta
costumbre que se mantuvo hasta la mitad del siglo XX consistía en acompañar a
la Virgen en su Soledad en su duelo, durante toda la madrugada del Viernes al
Sábado Santo, y solían participar muchas
mujeres del pueblo.
La
primera urna, o sepulcro como siempre se ha denominado en Cantillana, es la
contratada a Juan de Santamaría, de la cual sólo se conservan actualmente dos
de los cinco ángeles que tenía y que, restaurados, se han colocado acertadamente
en la Cruz de Guía o Manguilla de la Cofradía portando las escaleras. En el
siglo XVIII se sustituye la primera urna por el actual Sepulcro, interesante
obra de estilo rocalla con dorados, que estuvo policromado, en origen, imitando
carey y jaspes, pero que a principios del siglo XIX fue decorado en estuco
blanco, en sintonía con la estética neoclásica de moda. Esta bella urna, que se
está restaurando para que recobre todo su antiguo esplendor, constituye una de
las piezas más singulares y valiosas del patrimonio de la hermandad y de
Cantillana.
Si ya
en 1583, en el contrato que establece el mayordomo de la cofradía con Juan de
Santamaría queda documentado indirectamente el Descendimiento, por cuanto se
encarga la imagen articulada del Señor, muy pronto gozaría de un gran arraigo
en la población y sólo siete años después, en 1590, D. Bartolomé Pérez de
Hernán otorga once reales de renta anual para “aiuda a la limosna que se da por predicar el sermón del descendimiento
de la Santa Cruz el Viernes Santo en la tarde, al tiempo de salir la prozesion
de disiplina con que los hermanos de esta Cofradía tengan cuidado de que el
predicador encargue a los devotos de esta hermandad y a otros quales quiera un
paternoste y avemaria por su anima”.[21]
Desde
entonces, numerosas referencias al descendimiento jalonan los libros de la hermandad
y dan prueba del lugar destacado del sermón entre los cultos que se celebraban,
destinando importantes cantidades de las rentas para los gastos que ocasionaba,
como es el caso del predicador.
A
finales del siglo XVIII se deja de tener constancia de este acto, que como
vemos constituía uno de los cultos más señalados de la hermandad, bien pudiera
ser debido al triunfo de postulados de la ilustración, en la que ese tipo de
ceremonias estarían desfasadas, al ser características de una sociedad medieval
o barroca, contrapuesta a la nueva corriente de pensamiento y estética. La
fecha exacta en que se dejó de practicar la desconocemos, pero al construirse el
nuevo Santuario, bendecido en 1794, en la explanada delantera se colocó la base
marmórea de la Cruz que subsistió hasta el siglo XX, como bien se aprecia en la
pintura mencionada de Sánchez Palma. Por ello pudiera ser que aun en aquella
última década del siglo XVIII estaría en uso la costumbre de descender al Señor
de la Cruz.
Todavía
queda vivo el recuerdo del descendimiento a través de elementos y signos que
habitualmente pasan desapercibidos entre nosotros: primero, en la Imagen que lo
protagonizaba y que tras sufrir los avatares que le han marcado sus siglos de
existencia, ahora recupera los brazos articulados tal como fue concebida; y
sobretodo en el rito que cada Viernes Santo, de forma espontanea y a la vez mecánica,
efectuamos todos los cantillaneros en masa, de acudir durante la mañana a
venerar a la Patrona dispuesta ya en su Paso y que sin duda tiene el origen en
el Sermón del Descendimiento.
Conclusión
Desde los orígenes de la Cofradía de la Soledad, una de las
prioridades de la misma era la conmemoración del entierro de Jesucristo y la
Soledad de María Santísima de los cuales formaba parte el descendimiento. A lo
largo de la historia, esta celebración adquiere un puesto especial entre los
cultos de la hermandad, prueba de ello es el interés de los hermanos en darle a
la ceremonia y a la procesión posterior, el esplendor y solemnidad que
requería, contando con predicadores excepcionales expresamente para ello,
siendo el Viernes de Dolores y el Viernes Santo las dos fechas más señaladas
del calendario de la Cofradía.
Para
conmemorar el Descendimiento y Santo Entierro, la hermandad en sus comienzos en
1583, encarga una serie de imágenes y elementos necesarios para llevar a cabo
dicha representación, ocupando un lugar destacado la imagen del Cristo yacente
que fue concebida para una función específica que el paso del tiempo ha
relegado a un lejano recuerdo.
La imagen
no puede entenderse como aislada, sino como parte de un lenguaje para el que
fue concebida, para cumplir una función especialmente didáctica y doctrinal,
que se complementa con una serie de elementos inherentes a la propia imagen,
como son la Santa Cruz para crucificarlo, las escaleras y el sudario para
descenderlo, la corona de espinas y clavos de los cuales ha sido desprovista
durante el descendimiento y el sepulcro en el que procesionar yacente. Todo
ello necesario para ejecutar y entender el complejo ceremonial del que era
protagonista.
La
restauración de esta valiosa imagen implica no sólo la recuperación material de
la obra, sino la recuperación de la función para la que fue concebida y sin la
cual la escultura perdería parte de su sentido e identidad. Por ello, este
proceso, implica necesariamente la restitución de su función para ponerla en
valor en toda su magnitud. Esto sería la recuperación del descendimiento y del
entierro en su sepulcro de rocallas, con los cuales se le devolvería al Viernes
Santo sus signos característicos y tradicionales, dignos de una hermandad ilustre
y antigua como es la de la Soledad de Cantillana.
J. Manuel Barranca Daza
J. Manuel Barranca Daza
Video del descendimiento de Alcalá del Río
El descendimiento en Aguilar de la Frontera (Cordoba)
[1] CAÑIZARES
JAPÓN, Ramón; “La Hermandad de la Soledad. Devoción, nobleza e identidad de
Sevilla”, 2007.
[2] MARTINEZ
MARTINEZ, María José, “El Santo Cristo de Burgos y los Cristos dolorosos
articulados” en: Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología.
[3]
FERNANDEZ GONZALEZ,Ruth; “Sistemas de articulación en Cristos del
Descendimiento”.
[4] SANCHEZ
DEL BARRIO, Antonio; “La función del desenclavo en un cuadro de 1722, Objetos
mágicos y simbólicos en algunos de sus personajes”, en: Revista de Folklore nº
187, 1996.
[5] MESTRE
NAVAS, Pablo Alberto; “Aproximación a los orígenes históricos de la Hermandad
del Santo Entierro y Nuestra Señora de Villaviciosa” en: IX Simposio sobre
Hermandades de Sevilla y su Provincia, 2008.
[6] BERMEJO
Y CARBALLO, José; “Glorias religiosas de Sevilla”; 1882.
[7] LOPEZ
HERNANDEZ, Antonio, “El Santo Cristo del Sepulcro, en: Tiempo de Pasión nº 11,
2005.
[8]FERNANDEZ
JÚAREZ Gerardo y MARTINEZ GIL Fernando Martínez Gil, “La Fiesta del Corpus
Christi”; Colección estudios, 2002.
[9] DOMINGUEZ
MORENO José María; “la función del descendimiento en la diócesis de Coria
(Cáceres)”, en: Revista Folklore, nº 77, 1987.
[10] GARCÍA,
Oscar y ORDÁS GARCÍA Heliodoro, “Semana Santa de Salamanca. De interés
turístico internacional”, Turismo y Comunicación de Salamanca, 2004.
[11]
SANCHEZ, María Ángeles, “Fiestas populares de España” 1982.
[12] GARCÍA
GUINEA Miguel Ángel, PEREZ GONZALEZ José María y RODRIGUEZ MONTAÑEZ José
Manuel; “Enciclopedia del Románico en Castilla y León; Fundación Santa María La
Real, Centro de Estudios del Románico, 2007.
[13] Varios
autores, “Misterios de Sevilla”, tomos III, IV y V; E. Tartessos, 2000.
[14] LOPEZ
HERNANDEZ, Antonio; “La Cofradía de la Soledad de Cantillana en la Edad
Moderna”, 2011
[15] LOPEZ
HERNANDEZ, Antonio; “La Cofradía de la Soledad de Cantillana en la Edad
Moderna”, 2011
[16] Varios
autores, “Nazarenos de Sevilla”, tomos I, II y III; E. Tartessos, 1997.
[17] LOPEZ
HERNANDEZ, Antonio; “la cara de Dios”, en: Tiempo de Pasión nº 14, 2008.
[18]
VELAZQUEZ MIJARRA, Emilio; “Un auto del Medievo en la Soledad de Alcalá del
Río, en: Revista el Cofrade,1990
[19] LOPEZ
HERNANDEZ Antonio; “Evolución estética de la Imagen de Ntra. Sra. de la
Soledad”, en: Tiempo de Pasión nº 10, 2004.
[20]
FERNANDEZ MERINO, Eduardo; “La Virgen de luto”, Indumentaria de las dolorosas
castellanas; 2012.
[21] NIEVES GALVEZ, Inmaculada y TORRES BARRANCO,
José María; “Vida económica de una hermandad de penitencia. La hermandad de
Ntra. Sra. de la Soledad de Cantillana (Sevilla). Siglos XVII y XVIII”; en:
Cantillana, cuadernos de historia local nº 3, 1997.