miércoles, 4 de noviembre de 2009

Evolución de la procesión del Santo Entierro

Acuarelas de N. H. Luis M. López Hernández que recrea la procesión del Santo Entierro del siglo XVII, siguiendo el orden del que tenemos constancia gracias a los libros de actas de los cabildos que se celebraba el Domingo de Ramos y que se conservan en los archivos de la Hermandad.

“Todo lo muda la edad ligera, por no hacer mudanzas en sus costumbres”. Estas palabras del poeta Jorge Manrique cuando reflexiona en sus coplas elegíacas sobre la vida, la muerte, el correr del tiempo... Todo lo cambia el inevitable trascurso de los segundos, de las horas, de los siglos. Es un cambio que podríamos llamar natural o legitimo. Después hay otro, consecuencia también del paso del tiempo, pero cuyo origen no depende directamente de este transcurrir temporal sino que es un cambio forzado humanamente, dirigido a propósito de unos determinados intereses, unas veces acertados, otras, no. Este cambio, menos natural, y por tanto evitable, junto con el otro, que provoca el inevitable paso del tiempo, son los responsables de que, por ejemplo, la procesión del Santo Entierro y Nuestra Señora de la soledad de Cantillana, sea, en nuestros días, tan opuestamente distinta a la que organizo la cofradía desde sus orígenes en el siglo XVI y hasta mediados del siglo pasado.

Durante este largo periodo de tiempo, el orden y formas de la procesión, variaron muy poco con relación a como lo han hecho a partir de mediados del siglo pasado y hasta la actualidad, en que es muy difícil encontrar algún vinculo entre el santo entierro de hace cuatro siglos y el que ahora conocemos. No se puede hablar, en este caso, de evolución ni de cambio necesario, sino de mala gestión y desidia por parte de los responsables de la hermandad a la hora de conservar ricas formas seculares que ilustraban la personalidad originaria de la cofradía. Desconocemos la forma primitiva de organizar la procesión, aunque este orden puede que se mantuviera durante siglos, con escasas diferencias. Según datos de finales del siglo XVII extraídos de los libros de la hermandad, la procesión, como hoy, salía la tarde del Viernes Santo, y se iniciaba tras uno de los actos mas peculiares de la Semana Santa de Antaño: El descendimiento. Esta costumbre, perdida ya en Cantillana, como en otros muchos sitios, pero que continua realizándose en otros lugares como en la vecina población de Alcalá del Río, constituía toda una escenificación litúrgica muy significativa en la jornada y llena de piedad y recogimiento. En ella, sobre las tres de la tarde de ese día, la imagen del señor crucificado, era descendida de la cruz por sacerdotes o hermanos de la cofradía entre emotivo sermón y rancias oraciones y después de presentada a la virgen, era introducida en la urna o sepulcro en que recorría procesionalmente las calles de la localidad. Así pues, daba comienzo el cortejo, llena de sol la fachada de la ermita, principiándolo un muñidor con la “campanilla”, que iría tañéndola todo el recorrido. Aun existe en la hermandad, una antigua campanita de plata, fechada en 1711 que después de muchos años ha vuelto, desde hace algunos años, a anunciar el inicio de la procesión y esperamos nunca mas deje de hacerlo. Solían llevar esta “Campanilla”, por aquella lejana época, varios individuos pertenecientes al grupo más conspicuo de la hermandad y de Cantillana, con tratamiento de don y apellidos como Solís, Farfán, Núñez y otros.

Después se iniciaba el cortejo propiamente dicho con la “manguilla”, que era la insignia habitual de las cofradías de la época a la hora de abrir sus procesiones de Semana Santa. Su forma era muy parecida a la de las mangas o cruces parroquiales, pero mucho mas reducida. Sus portadores eran personas estrechamente vinculada a la hermandad, también con tratamiento de “Don” (tan escaso entre los hermanos) y en su uso podemos contemplar el antecedente directo a las cruces de guía de nuestras cofradías en la actualidad.

Tras estas primeras insignias habrían de organizarse los hermanos en dos filas con velas-¿cera amarilla?-en la mano, que eran sufragadas por la hermandad y que, según el libro de cuentas entregaba y recogía al final un mozo con una canastilla. Ignoramos el atuendo propio de los hermanos que concurrían a la procesión y las practicas penitenciales que realizaban, aunque es de suponer, por el carácter de la cofradía, que las vestimentas serian negras y las penitencias las habituales en la época, no descartando incluso la presencia de disciplinantes.
El paso del Calvario, suponía uno de los elementos con más personalidad de
la cofradía, en el mismo junto a la Cruz, las imágenes de san Juan y
la Magdalena se agrupaban formando lo que antaño fueron tres pasos diferentes.

A partir de 1690 aparecen en el orden de la cofradía el estandarte, una bandera –seguramente negra- y pintada con el escudo o símbolo de la hermandad, que era portada por el mayordomo, siendo lo mas común de otras congregaciones que lo hiciera el secretario. Enriquecida por bordados y amarrada en señal de duelo y por comodidad a la hora de llevarla en otros casos, esta bandera llamada estandarte, se convertirá en los que actualmente poseen casi todas las hermandades como insignia corporativa, donde aparece el escudo de la corporación y que popularmente y por su forma, es conocida es conocida por el nombre de “bacalao”. Después, puede que concurriera las cajas o tambores que solían ser de dos a cuatro y que llevaban los hermanos ataviados con túnicas y antifaces negros sin el capirote, tal como han llegado hasta la década de los ochentas del siglo pasado, recibiendo el nombre popular de “Los Judíos”. Su ubicación vario, no sabemos en que época, para colocarse tras el paso del sepulcro como mucho no solo hemos conocido sino que añoramos. Estas cajas supondrían el único elemento musical y sonoro de la procesión junto a la referida “Campanilla”. El origen y sentido de estos tambores “Enlutados y destemplados” es incierto, refiriendo el analista Ortiz de Zúñiga sobre la cofradía del Santo Entierro de Sevilla que su uso deriva de los estilos triunfales de la antigüedad clásica, pues en los funerales de los héroes, guerreros, y príncipes mayores, sus legiones solían destemplar -“destensar las pieles”- los tambores de guerra arrastraban las banderas del difunto, todo en señal de duelo. Así, también en la procesión del Santo Entierro de Cristo, se habrían de apreciar estos rasgos marciales y remotos en homenaje luctuoso del mayor de los reyes, Héroe de la Redención y príncipe de la paz. Legiones Romanas, armas a la funerala, tambores destemplados y enlutados, roncas bocinas, banderas arrastradas, etc... Será una constante en las procesiones de Semana Santa, principalmente las del Santo Entierro, desde sus mismos orígenes en época medieval, y hasta nuestras fechas.

Desconocemos la existencia de bocinas roncas en el Santo Entierro de Cantillana, aunque no seria de extrañar teniendo en cuenta su uso en tiempo en otras cofradías locales. De lo que si se tiene constancia es de dos elementos curiosos: Uno, ¿Cómo se ha referido las banderas, que abatidas o arrastradas en el numero de dos a cuatro siguieran a los tambores o cajas y que fueran negras con una cruz roja en el centro –el otro, según dato mas tardío- 1795, la concurrencia a la procesión de la peculiar legión o compañía de Ángeles que formada por nueve niños, y presidida por otro vestido de San miguel Arcángel, que con “Exquisita bandera”, representaban a los nueve coros angélicos divididos en sus tres categorías y capitaneados por el príncipe de la milicia celestial. También en esto, la influencia de la capital, es esencial. Hay constancia de que en el Santo Entierro de Sevilla salieron en 1729 los coros angélicos, las doce sibilas (profetisas del Mesías en los pueblos paganos) y los doctores de la iglesia. En este cortejo alegórico también se incluían otros personajes mas conocidos como la verónica, las Tres Marías y las virtudes teologales, como aun hoy se pueden contemplar en algunos sitios. Desconocemos cuando pudo abandonarse esta costumbre en Cantillana y si llegaron a introducirse junto a los Ángeles, el grupo de Sibilas y otros personajes, aunque es probable que la compañía de Ángeles ya no posesionara a mediados del siglo XIX, con la decadencia decimonónica de la hermandad. El lugar que ocuparon en el orden de la procesión parece haber sido inmediatamente anterior o posterior al paso de la urna.
El antiguo Sepulcro procesional es una valiosa pieza del siglo XVIII de estilo rocalla,
que supone uno de los elementos más destacados del patrimonio de nuestra Hermandad.
La presencia del Santo Sepulcro en la procesión del Viernes Santo es constante durante más
de 400 años, desde sus orígenes hasta el año 1990 la imagen del Señor salía siempre
en el Sepulcro, en el primero del siglo XVI y posteriormente en el del XVIII que se conserva.

Primitivamente, en la procesión se determinaba el ultimo y mas privilegiado lugar a los pasos y andas en que se portaban las sagradas imágenes, dejando para el final y como cierre de todo el cortejo, el paso del señor Yacente. Ello supone uno de los mas significativos cambios en el esquema de la procesión, que siglos mas tarde se organizaría llevando en primer lugar la urna y ultimando con el paso de la virgen bajo palio, también por influencia Sevillana. En un primer momento los pasos que se incluían eran cuatro: el de la virgen de la Soledad, que era portado en un paso con faroles y sin palio; el de San Juan, unas andas mas pequeñas; el calvario, con la cruz y las escaleras de la que se había descendido momentos antes la imagen del señor; y por ultimo el sepulcro, al que seguía, como al paso de la virgen, y siguiendo ancestral costumbre, “mucha parte del pueblo con luces”, Sobre todo mujeres. Mas tarde durante el siglo XVIII, la forma de distribuir los pasos varió, pasando al primer lugar el calvario, después el del sepulcro, antecedido probablemente por la cruz de la parroquia con la manga negra de los entierros y, finalmente, tras las cajas y Ángeles, los pasos de San Juan y la virgen, que sin música, iba acompañada del clero parroquial y, como era costumbre, las demás autoridades, amen, eso si, de las mujeres del pueblo con sus velas, siempre fieles. Hay constancia en 1737, de la asistencia de la iglesia parroquial al Viernes de Dolores y la procesión, y también de que el Cabildo municipal o ayuntamiento constituyo durante muchos años la junta de oficiales de la cofradía, por lo que la asistencia a la procesión de las autoridades religiosas, civiles y militares de la villa debe ser indiscutible, máxime si se tiene en cuenta la oficialidad y protocolo de las procesiones del Santo Entierro de toda España y el carácter de patrona de Cantillana que la Virgen de la Soledad ha poseído siempre.

Creemos que a principio del siglo XIX adquiere la hermandad una imagen de Santa María magdalena o incluso puede que hiciese nueva la de San Juan o se restaurara profundamente la que había. La cofradía entonces llegaría a desfilar con cinco pasos, ya que primeramente estas dos imágenes tan entrañables en nuestra Semana Santa, posesionaron en pasos distintos, pequeñas andas que fueron sustituidos ya en nuestro siglo por un paso de mayor proporción en el que, con gran acierto, se reunieron estos dos personajes de la pasión junto al calvario, configurándose un conjunto de encantadora personalidad y quedando la cofradía con tres pasos hasta el año 1988. La forma tradicional de llevar los pasos en Cantillana, como en la mayoría de los sitios, era con manigueteros en el exterior, con lo que bastaban seis u ocho hombres para llevarlo. Desde 1956, el paso de la virgen es portado por costaleros.

En el primer paso de la cofradía actualmente procesiona
la Santa Cruz y las Imágenes que antaño configuraban
cuatro pasos diferentes.
Llegamos entonces al estado en ha prosesionado el Santo Entierro de Cantillana en estas ultimas décadas, debiéndose diferenciar dos etapas distintas que tienen como referencia la fecha ya citada de 1988. Antes de este año, el cortejo prosesional se configuraba con los pocos elementos primitivos que habían sobrevivido al paso del tiempo y a la desidia de los hermanos, reduciéndose casi exclusivamente a los pasos. Atrás había quedado la presencia de los hermanos nazarenos con sus velas, las insignias, los Ángeles, la parroquia, las autoridades, e incluso los popularísimos “Judíos” con sus cajas destempladas y enlutadas que salieron por ultima vez en el año 1980. Atrás el recogimiento y luctuoso silencio de esta procesión (ya se había incorporado detrás del paso de la virgen una banda de música), atrás, el antiguo palio con crestería y letras repujadas. Después de 1988, con las nuevas reglas aprobadas, que obligaban a posesionar con nazarenos o penitentes, dado el carácter penitencial de la congregación, el cabildo general de la hermandad decidió suprimir definitivamente del cortejo los pasos del Sepulcro y del calvario, precisamente los que le conferían mas personalidad a la cofradía del Santo Entierro, para sustituirlo por un paso único de grandes dimensiones, totalmente nuevo, en el que habría de representarse el traslado al sepulcro de Jesucristo.

De este proyecto, tan ambicioso como desafortunado, tan sólo llegaron a ejecutarse las parihuelas y canasto tallado, sin dorar, del paso, así como una de las imágenes que formarían la escena, concretamente la de José de Arimatea que, junto a las antiguas del Cristo. San Juan y la Magdalena han procesionado durante algunos años componiendo un Misterio que mucho tenía de ello, pues aparte de lo desgraciado del conjunto, no reproducía ninguna escena evangélica ni tradicional. Estos cinco últimos años se ha prescindido de la nueva imagen del de Arimatea dado que el proyecto referido hace tiempo que se descartó. En su lugar se ha incorporado al paso la cruz con el sudario y escaleras del antiguo Calvario en un intento de mantener los signos seculares de la Hermandad y verificándose de este modo que lo que fueron en otro tiempo cuatro pasos -el Sepulcro, el Calvario, San Juan y la Magdalena- ahora es sólo uno, extraño compendio de aquellos. El paso de palio de la Virgen ha continuado siendo la estrella del cortejo.

La actual Junta de Gobierno, con su Hermano Mayor al frente, pretende muy a largo plazo, consciente de lo mucho que a lo largo de los siglos ha cambiado la cofradía del Viernes Santo, recobrar dentro de lo posible su antiguo esplendor, dejando sólo en el camino pasado aquellos cuantos matices eran necesariamente susceptibles de cambio por el legítimo correr del tiempo.

A la Virgen de la Soledad, nuestra patrona excelsa, cuya devoción parece inalterable al paso del tiempo, pedimos para que vele siempre por su Hermandad y su pueblo y nos dé la oportunidad de volver a conocer una procesión del Viernes Santo tal como Ella, la conmemoración litúrgica de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo y Cantillana, merecen.