El Viernes Santo impone su cadencia milenaria y decreta sus plazos:
hoy es Viernes Santo. Nada puede detenerlo. Y este Viernes sin Viernes acampa
entre nosotros e iza su antiguo sortilegio a la espadaña de la ermita, guardiana
de la cofradía, sus siglos y sus penitencias. La noche templada alzará como un
pan ácimo el ojo cósmico de la luna y una liturgia invisible que se adensa en
nuestra sangre marcará la muerte en punto en este Viernes sin Viernes. Aunque
las saetas yazcan encerradas como golondrinas quejumbrosas en la jaula de las
gargantas, aunque las promesas de un pueblo atribulado no ardan en una
candelería, sino que destilen rezos y nostalgias: hoy es Viernes Santo. Nada
puede detenerlo. Porque existen devociones edificadas sobre roca. Porque la
perplejidad se diluye ante la certeza de Su patronazgo. Nuestra melancolía es
un espejismo efímero. Nuestra lágrima es furtiva y caduca. Tempus fugit.
Vanitas vanitatis. Todo pasa, menos Ella y su Viernes. Nuestro Viernes.
Ese Viernes atemporal y legendario en que Ella, Soledad de soledades, centinela
de Cantillana, nos busca, enjoyada como la Reina de los Salmos, y nos señala el
camino de la Cruz verdecida desde tiempo inmemorial, de generación en
generación...
Versos
alejandrinos para la cofradía de la memoria
Está la cofradía, dormida, calculando
la vida, tramo a tramo, que al tiempo se le
adeuda,
y bajo el antifaz de espinas y añoranzas
vislumbra Cantillana los ritos no ocurridos.
Está la cofradía, dormida, calculando
la vida, tramo a tramo, que al tiempo se le
adeuda…
Y quiere hurtar al tiempo la arena del reloj
y entonces el reloj, esquivo y traicionero,
no quiere que escapemos al mundo de aquel niño
que no contaba horas en negros calendarios.
La infancia es una orilla con pocos naufragios…
No quiero este destierro de pena y desengaño,
no quiere Cantillana más viernes desolados.
Un pájaro morado de azufre y de tiniebla
circunda con su vuelo la lenta cofradía,
sudarios de ceniza ocultan las pupilas,
la noche es un sepulcro, la luna una condena,
mas Ella permanece, Dama del Parasceve,
labio de nieve tibia, paloma en nuestro pecho,
brocal de la tristeza, la Doncella extramuros
que amasa nuestro anhelo y guarda nuestros
días...
Quisiera que este Viernes arríe sus cuatro
zancos,
que hubiera siempre un cirio de llama
interminable
aupándome al cuadril la luz que no se apaga.
Quisiera que la cruz que surca mis angustias
tuviera brotes nuevos en esta madrugada.
Está la cofradía, dormida, calculando
la vida, tramo a tramo, que al tiempo se le
adeuda…
Descalza, Cantillana, inquiere, vela y gime,
la cera no ha prendido y el fuego no calienta,
mas Ella permanece, panal inmaculado,
imán de las plegarias de un pueblo agradecido...
Está la cofradía sin rumbo, sin aliento,
buscando en el espejo la sombra de un recuerdo,
volviendo cada esquina en nuestros pensamientos.
Está la cofradía mirando al nazareno
que fuimos y seremos, que viste sin remedio
la túnica cansada de tantas amarguras.
Juan
Manuel Daza