martes, 18 de abril de 2017

Fragmento del pregón de la Semana Santa de Cantillana de 2017

Una cruz vacía con dos escaleras apoyadas sobre ella y de la que sólo cuelga un sudario, nos indica que Jesucristo ha sido descendido de ella. Nos podemos imaginar la escena.
La Virgen a sus plantas recibe Su cuerpo entre gritos y llantos, mientras, como madre rota de dolor, no deja de abrazarlo, besar su santo rostro y cada una de las llagas que destrozaron su cuerpo.
Y para enterrarlo, subiremos la “Calzá”, igual que hacemos para el entierro de cualquiera de nuestros seres queridos. Allí los “marmolillos” son testigos de cómo Cristo ha sido descendido de la Cruz y trasladado a un sepulcro desde donde esperamos que su carne vuelva victoriosa de la muerte. Allí será donde la semilla que se plantó en tierra, una vez pisado y roto el grano, germinará y dará sus mejores frutos. Allí dos palmeras presencian ese transitar de la gente, ese chorreo incesante que a diario visita aquella ermita, al mismo tiempo que hacen de escolta de ese joyero que custodia la mayor de nuestras joyas.

Cantillana sólo entiende una razón y tuvo que ser la Soledad la que diera sentido a mi pueblo, porque Ella es la dueña de nuestros corazones.

Ella es la mujer que siempre nos aguarda en su ermita , y a su vez es ermita que nos protege entre sus manos .

Ella llora con nuestras desgracias y sonríe con nuestras alegrías.

Ella es la fuerza como Hija de lo Divino y a su vez, delicada madre que nos acuna.

¡Ella es la Reina más universal!

Yo he visto y soy testigo, al igual que los “marmolillos” y las palmeras, de esa devoción firme y fiel que su pueblo le profesa desde siglos a la que es santo y seña del marianismo de Cantillana. He visto a muchos devotos ir a rezarle incluso estando su ermita cerrada, a rezar en su puerta, como si del Muro de las Lamentaciones se tratara, en esa puerta de la gloria, como lo hacemos ante el Sagrario, sabiendo que dentro está la verdadera Puerta del Cielo escuchando.

Gastadas están las cruces marmóreas de las pilas de agua bendita de la entrada de su casa de tanto santiguarse los devotos que a lo largo de los siglos acuden a verla, a rezar a la que es imán de nuestros corazones.

¿Acaso no es devoción que el amor de un pueblo levantara aquella ermita, aquel templo, para honrar y venerar a la Madre de Dios?

Aquí se cumple el Magnificat llamándola Bienaventurada todas las generaciones.

Ciertas son las visitas nocturnas, a escondidas, del famoso bandolero Andrés López para ver a su Madre Celestial en complot con la santera, incluso arriesgando su vida.

Como también el hecho milagroso acontecido en tierras africanas con el cabo Serafín Sastre, cantillanero, y como tal, gran devoto de la Virgen, quien se vio en apuradísimo trance, casi perdió la batalla y encomendándose a la Virgen de la Soledad, cuyo escapulario llevaba, tomó tal fuerza y valentía que salió victorioso, hecho que se considera como milagro por la intercesión de nuestra patrona y bienhechora, quien en agradecimiento regaló sus honores militares a la Virgen; las estrellas a su pecho y el fajín a su cintura, hecho que quedó perpetuado en piedra en la entrada de su ermita.

No es casualidad que a la hora de sacar una imagen en rogativas y misiones, saliera en tantas ocasiones la Soledad como lo hizo antaño. Ni tampoco que le dejasen tantos testamentos en herencia, a cambio de misas y funciones por sus almas.

Le robaron un manto y su pueblo le compró otro.

Le robaron la corona, y otra corona para su Reina.

El amor de su pueblo la salvó por manos de sus cazadores de los trágicos sucesos del 36, tan negativos para todos.

Como también sabemos, y prueba de devoción es, que las madres y novias prendían por debajo de su manto, fotos de hijos y novios cuando iban a servir a su patria, para que Ella los protegiese con su maternal ternura, como decimos en la letra de su himno: “Bajo los pliegues de ése tu manto, vivir queremos hasta el morir”.

Pero el cantillanero no sólo quiso que lo protegiera en vida, sino que también después de ella, colocando su cementerio también cubierto con los pliegues de su manto, continuando así la letra del himno, diciendo :” Y para siempre podamos todos, verte en la gloria, por siglos mil”.

En la gloria como la de su camarín, donde el Espíritu Santo en forma de paloma, la cubre con su sombra eternamente, mientras que la Santísima Trinidad aguarda en lo alto de su retablo esperando su llegada para coronarla como Reina Y Madre de todo lo creado.

Y delante de su ermita, su pueblo, que a sus plantas se conmueve cada vez que es bajada para cualquier culto, y no nos importa que el cielo se quede solo, mientras Ella pise la Tierra con nosotros.

El pueblo donde en tiempo eran los propios alcaldes del ayuntamiento sus hermanos mayores.

El ayuntamiento, aquel que un Primero de mayo de 1996 puso en el pecho de la Virgen la medalla de oro de la villa y un 17 de diciembre de 2005 la nombró alcaldesa mayor perpetua y que hace cuatro días, el pasado miércoles 29 de marzo, tuvo a bien conceder a su hermandad el uso del escudo de armas municipales de la villa y su bandera, con motivo de la reordenación del actual escudo de la cofradía de su augusta patrona y es que todo nos parece poco para regalar a la reina de este pueblo.

Aquella que desde siglos robó los corazones de los cantillaneros, aquella a la que tantas generaciones han visto bajar de su altar, volverá a hacerlo un nuevo Viernes Santo, descendiendo de ese trozo de gloria donde habita, para subirse a ese trono que es su paso de palio, y nosotros con un grito de silencio y con voz contraída, volveremos a decir a los cuatro vientos cuánto la queremos, dedicándole los piropos más bellos del mundo y coronándola con la mejor de las oraciones.

De nuevo vestirá galas de Rodríguez Ojeda y la corona de Reina que le regaló su pueblo. De nuevo lucirá los honores de Serafín Sastre y delante de su paso un ángel volverá a llevar su vara de mando en las manos para, con su silencio de plata, gritar a los cuatro vientos que Ella es la Alcaldesa Mayor Perpetua y Excelsa Patrona de Cantillana.

Un año más los hijos de este pueblo nos agolparemos en el porche de su ermita, presenciando su emocionante salida, donde volverán a sonar música y flecos al unísono, la una con el otro y el otro con la una, componiendo el mayor poema sinfónico que pudiéramos regalarle y con el que irremediablemente acabaremos rendidos a sus plantas.

La avenida que lleva su nombre volverá a ser ese hervidero humano, donde sólo caben los destellos de luz del astro rey y el perfume de los naranjos que quieren mezclar sus aromas con el jardín de flores blancas que adornan la plata de su paso. Y de pronto, su realeza se hará presente en el marco de la puerta de su santuario. El Sol no tendrá más brillo que el que reluzca en su palio, ni brillará la Luna más que los varales que con golpes de amor cinceló su pueblo, ni habrá cara más pura, ni flores como las que adornan su paso, y un pañuelo de espuma blanca para enjugar su llanto en sus manos maternales por las que desciende la Gracia Divina y su protección sobre este pueblo. Pero por encima de toda perfección y adornos de su paso, su cara de dolorosa como regalo de Dios a todos los que la amamos.

Es así, y no puede ser de otra forma, la Trinidad te creó tan perfecta para cumplir sus designios, que ni todas las trompetas de Jericó serían capaces de mover una sola de las piedras de tu fortaleza, lo mismo que no te abandona el pueblo, que te quiere y te sigue, hasta que vuelvas a tu casa por la avenida que lleva tu bendito nombre.

Hoy te quiero yo decir,
dulce Reina de los Cielos,
que cantaré tu grandeza,
y lo mucho que te quiero.

Voy a decirte ¡Bendita!,
con los pespuntes del verso,
quiero alabar tu finura,
como lo hace este pueblo.

Como lo hicieron en tiempos,
tantísimos cantillaneros,
que invocaron Tu nombre,
“pá” recibir el Consuelo.

Voy a verte en mi pregón,
como un verso hecho lucero,
como una rima perdida,
en tu mirada de ensueño.

Quiero ser quien te dijera,
como humilde cantillanero,
que Cantillana está viva,
por la fe que en Ti tenemos.

Toda una vida contigo,
arrodillado este pueblo,
implorando vuestro auxilio,
rezando ante Ti su credo.

Generaciones de padres,
y de hijos te quisieron,
que vivieron por llenarte,
a tus plantas con sus rezos.

Que lloraron ante Tí,
bella Reina de los Cielos,
y nos dejaron de herencia,
la devoción que tenemos.

Yo te he visto en Soledad,
y he rezado en tu silencio,
y he visto cómo sonríes,
mientras que tu mano beso.

En ese día de octubre,
que bajas al presbiterio,
dejando tu camarín,
para pisar nuestro suelo.

Y tu rostro tan divino,
mi corazón dejó preso,
al tenerte tan cerquita,
creí que estaba en el cielo.

Y te he visto en un altar,
y a tus plantas, cirios puestos,
presidiendo un septenario,
que se pierde en el recuerdo.

Con majestad y señorío,
Y con empaque te han puesto,
bajo palio donde el viernes,
procesionas por los vientos.

Y volveré a venerarte,
como mis padres y abuelos,
en un nuevo Viernes Santo,
parando el reloj el tiempo.

Cumpliendo así la promesa,
que mis mayores hicieron,
y que hoy en mí se renueva,
y seguiré transmitiendo.

Perviviendo eternamente,
ese hondo sentimiento,
a ese bellísimo rostro,
de la Virgen que más quiero.

Y volveré a acompañarte,
por las calles entre rezos,
hasta que vuelvas a entrar,
por las puertas de tu templo.

“Pá” llenarte de piropos,
los que te guardo en mi pecho,
al compás de las mecidas,
de tus hijos costaleros.

Te diré que eres blasón,
bandera y escudo nuestro,
por querer quiero decirte,
tantas cosas que no puedo.

Que no encuentro los piropos,
con que llenar estos versos,
ni las palabras que puedan,
expresar mis sentimientos.

Pediré coger prestados,
piropos de mis ancestros,
tras los siglos reflejados,
y puestos de manifiesto.

En ese paso de palio,
maravilloso joyero,
donde quiso Cantillana,
acompañarte en el duelo.

Con el brillo de la plata,
con el negro terciopelo,
con la cera que ilumina,
a tu mirada de ensueño.

Con alfileres que llevan,
lazos con los nombres puestos,
por favores recibidos,
por milagros que Tú has hecho.

Con esa candelería,
regalada por entero,
demostrando sus donantes,
ese amor tan verdadero.

Doce apóstoles se asoman,
por esos respiraderos,
en la plata cincelada,
que da aire al costalero.

Doce santos que levantan,
con los varales inquietos,
ese pedazo de gloria,
que es tu palio de respeto.

Doce vástagos que elevan,
como velas de un velero,
bambalinas que a compás,
Soledad te van diciendo.

Donde las hojas de acanto,
su forma van retorciendo,
y entrelazan los escudos,
con la corona del centro.

Con esas borlas que penden,
y que van cortando el viento,
con elegantes mecidas,
de tu paso en movimiento.

Con la música que hacen,
en los varales los flecos,
queriendo aliviar la angustia,
de ese puñal en el pecho.

Con la peana que pisas,
“pá” que no pises el suelo,
y para tus pies la Luna,
te hemos bajado del Cielo.

Que hasta la plata se rinde,
ante ese rostro tan bello,
que si Murillo viviera,
lo pintaría en sus lienzos.

Con el manto donde brilla,
el amor que te tenemos,
donde con hilos de oro,
cada puntada es un beso.

Bajo el que pido protejas,
a la gente que más quiero,
como en la letra del himno,
hasta el final de los tiempos.

Con ese ángel de plata,
que alza una vara al vuelo,
diciendo que eres patrona,
y alcaldesa de este pueblo.

Con la saya o el fajín,
siempre abrazando tu cuerpo,
como te abrazan de amores,
los siglos cantillaneros.

Con filigranas de encajes,
que tejieron el pañuelo,
donde enjugas tu dolor,
confundido con el nuestro.

Con el tocado que envuelve,
a tu rostro tan sereno,
donde luces orgullosa,
joyas y honores del pueblo.

Con la corona de Reina,
posada sobre tu pelo,
y las estrellas que brillan,
rivalizando destellos.

Y “pá” quedarme con algo,
que prefiero a todo esto,
yo me quedo con la cara,
ese perfil tan perfecto.

Con la faz más pura y bella,
que tallara imaginero,
donde vemos a la Virgen,
los que tanto la queremos.

Con la boca dibujada,
por pinceles pintureros,
con el brillo de tus labios,
de color de caramelo.

Con tu nariz, tus pestañas,
con tus cejas y entrecejo,
y tu mirar que me atrapa,
y me hace prisionero.

Esos ojos que “pá” mi,
serán los ojos más bellos,
pupilas donde hace siglos,
están los cantillaneros.

Y espejos son, de la gloria,
que algún día alcanzaremos,
porque son con los que miras,
al mismo Dios en el Cielo.

 (Del pregón de la Semana Santa de Cantillana de 2017, pronunciado por N. H. D. Jesús Carlos Calero García)