La procesión, organizada por la Comunidad Parroquial, estaba prevista para el viernes 2 de junio a las 7 de la tarde, hora en que muchos devotos se encontraban en el Santuario con un cielo cubierto que presagiaba que la lluvia que se le pedía al Señor iba a hacer su aparición. Todos los devotos que quisieron portaron la sagrada imagen a la que seguían muchos fieles rezando el rosario. Bajó la “calzá” y la calle San Bartolomé, haciendo parada ante la cruz de "cerrajería del encuentro" en mitad de esta calle y en la cruz “del cerrajero” en la fachada de San Bartolomé. En ambas se rezaron preces por la necesidad que propiciaba estas rogativas.
Con el Señor en la Plaza del Llano entrando en la calle Real, empezaron a caer las primeras gotas que aumentaron conforme bajaba la calle obligando a cubrir la sagrada imagen y aligerar el paso por la calle Real y la cuesta del Reloj. Muy emotiva fue la llegada a la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción que estaba totalmente llena de fieles. El pueblo coincidía en el poder milagroso del Señor y la eficacia de las rogativas, por ello manifestó su alegría con un aplauso al depositar la imagen ante el Altar Mayor.
Al finalizar la Santa Misa estaba previsto el regreso pero el fuerte aguacero impedía llevarlo a cabo, por lo que la imagen permaneció en el Sagrario del Templo hasta la mañana del domingo 4 de junio. No disminuyó la lluvia que se prolongó durante toda la noche con gran intensidad. De esta forma, el Cristo de la Agonía ofrecía una estampa histórica acudiendo, durante el sábado, muchos fieles a venerarlo y besar sus pies.
El domingo, mientras el coro parroquial cantaba el Santo Dios con la música cantillanera que le sirvió de inspiración a Blas Infantes para el Himno de Andalucía, repicaban las campanas de la torre y salía de nuevo a la calle, esta vez con un sol radiante. Recorrió las calles Iglesia, Pastora Solís, Virgen de Fátima, Martín Rey, Polvillo y la Avenida de Nuestra Señora de la Soledad. Hombres y mujeres se turnaban para portarlo mientras se rezaban los misterios del rosario y se cantaba el Santo Dios.
Llegada la procesión al Santuario de la Patrona, se procedió al canto de la salve a la Santísima Virgen de la Soledad. Seguidamente, como despedida ante su restauración, se cantaba el himno y el bocaporte del camarín bajaba lentamente entre el aplauso y los vivas del pueblo cantillanero.
Así finalizaba unas jornadas históricas en las que los cantillaneros se reencontraron con una de sus devociones más íntimas y auténticas, el Crucificado franciscano que ahora se custodia en la Soledad y a la que el pueblo vuelve sus ojos cada vez que la sequía azota nuestras tierras.
