martes, 15 de octubre de 2019

Besamanos de Nuestra Señora de la Soledad (Ángel Espinosa)

Yo te he visto en Soledad,
y he rezado en tu silencio,
y he visto cómo sonríes,
mientras que tu mano beso.
En ese día de octubre,
que bajas al presbiterio,
dejando tu camarín,
para pisar nuestro suelo.

Fotos: Ángel Espinosa.



























© Fotos: Ángel Espinosa


Yo te he visto en Soledad,
y he rezado en tu silencio,
y he visto cómo sonríes,
mientras que tu mano beso.
En ese día de octubre,
que bajas al presbiterio,
dejando tu camarín,
para pisar nuestro suelo.
Y tu rostro tan divino,
mi corazón dejó preso,
al tenerte tan cerquita,
creí que estaba en el cielo.
Y te he visto en un altar,
y a tus plantas, cirios puestos,
presidiendo un septenario,
que se pierde en el recuerdo.
Con majestad y señorío,
Y con empaque te han puesto,
bajo palio donde el viernes,
procesionas por los vientos.
Y volveré a venerarte,
como mis padres y abuelos,
en un nuevo Viernes Santo,
parando el reloj el tiempo.
Cumpliendo así la promesa,
que mis mayores hicieron,
y que hoy en mí se renueva,
y seguiré transmitiendo.
Perviviendo eternamente,
ese hondo sentimiento,
a ese bellísimo rostro,
de la Virgen que más quiero.
Y volveré a acompañarte,
por las calles entre rezos,
hasta que vuelvas a entrar,
por las puertas de tu templo.
“Pá” llenarte de piropos,
los que te guardo en mi pecho,
al compás de las mecidas,
de tus hijos costaleros.
Te diré que eres blasón,
bandera y escudo nuestro,
por querer quiero decirte,
tantas cosas que no puedo.
Que no encuentro los piropos,
con que llenar estos versos,
ni las palabras que puedan,
expresar mis sentimientos.
Pediré coger prestados,
piropos de mis ancestros,
tras los siglos reflejados,
y puestos de manifiesto.
En ese paso de palio,
maravilloso joyero,
donde quiso Cantillana,
acompañarte en el duelo.
Con el brillo de la plata,
con el negro terciopelo,
con la cera que ilumina,
a tu mirada de ensueño.
Con alfileres que llevan,
lazos con los nombres puestos,
por favores recibidos,
por milagros que Tú has hecho.
Con esa candelería,
regalada por entero,
demostrando sus donantes,
ese amor tan verdadero.
Doce apóstoles se asoman,
por esos respiraderos,
en la plata cincelada,
que da aire al costalero.
Doce santos que levantan,
con los varales inquietos,
ese pedazo de gloria,
que es tu palio de respeto.
Doce vástagos que elevan,
como velas de un velero,
bambalinas que a compás,
Soledad te van diciendo.
Donde las hojas de acanto,
su forma van retorciendo,
y entrelazan los escudos,
con la corona del centro.
Con esas borlas que penden,
y que van cortando el viento,
con elegantes mecidas,
de tu paso en movimiento.
Con la música que hacen,
en los varales los flecos,
queriendo aliviar la angustia,
de ese puñal en el pecho.
Con la peana que pisas,
“pá” que no pises el suelo,
y para tus pies la Luna,
te hemos bajado del Cielo.
Que hasta la plata se rinde,
ante ese rostro tan bello,
que si Murillo viviera,
lo pintaría en sus lienzos.
Con el manto donde brilla,
el amor que te tenemos,
donde con hilos de oro,
cada puntada es un beso.
Bajo el que pido protejas,
a la gente que más quiero,
como en la letra del himno,
hasta el final de los tiempos.
Con ese ángel de plata,
que alza una vara al vuelo,
diciendo que eres patrona,
y alcaldesa de este pueblo.
Con la saya o el fajín,
siempre abrazando tu cuerpo,
como te abrazan de amores,
los siglos cantillaneros.
Con filigranas de encajes,
que tejieron el pañuelo,
donde enjugas tu dolor,
confundido con el nuestro.
Con el tocado que envuelve,
a tu rostro tan sereno,
donde luces orgullosa,
joyas y honores del pueblo.
Con la corona de Reina,
posada sobre tu pelo,
y las estrellas que brillan,
rivalizando destellos.
Y “pá” quedarme con algo,
que prefiero a todo esto,
yo me quedo con la cara,
ese perfil tan perfecto.
Con la faz más pura y bella,
que tallara imaginero,
donde vemos a la Virgen,
los que tanto la queremos.
Con la boca dibujada,
por pinceles pintureros,
con el brillo de tus labios,
de color de caramelo.
Con tu nariz, tus pestañas,
con tus cejas y entrecejo,
y tu mirar que me atrapa,
y me hace prisionero.
Esos ojos que “pá” mi,
serán los ojos más bellos,
pupilas donde hace siglos,
están los cantillaneros.
Y espejos son, de la gloria,
que algún día alcanzaremos,
porque son con los que miras,
al mismo Dios en el Cielo.

Jesús Carlos Calero García (Pregón de la Semana Santa de Cantillana de 2017)