lunes, 5 de abril de 2021

un Viernes Santo con sabor a otros tiempos


El Viernes Santo de 2021 pasará a la historia marcado por un importante hito histórico en la Hermandad de la Soledad como fue la recuperación del sermón del descendimiento en la jornada que le es afín, como era habitual desde la fundación de la Hermandad hasta que hace unos doscientos años dejara de celebrarse como prólogo a la procesión del Santo Entierro y Estación de Penitencia de la Cofradía, por eso este Viernes Santo trajo sabor a otros tiempos, a las raíces y a la esencia fundacional de la corporación.

La pandemia privaba a los cantillaneros por segundo año consecutivo de la presencia de su Patrona en las calles, pero en esta ocasión, a diferencia del pasado año en que estábamos confinados, si pudimos acercarnos a su templo para visitarla en estos momentos tan difíciles en los que tanto necesitamos de Ella. La Junta de Gobierno de la Hermandad, para suplir la Estación de Penitencia, había decidido celebrar en la tarde del Viernes Santo el solemne sermón del descendimiento, tal como recogen las actuales reglas de la corporación, que permite celebrarlo el Viernes Santo si así se considera oportuno.

A las diez de la mañana, el Santuario abría sus puertas y en el centro del crucero sobre la peana de plata del paso aparecía radiante la Santísima Virgen de la Soledad luciendo el maravilloso manto de Juan Manuel Rodríguez Ojeda y a sus lados dos cirios que a lo largo de la mañana se encargarían de recoger el testimonio devocional de su pueblo en las moñitas con los nombres de sus hijos, que habitualmente identifican las velas de la candeleria de su paso, donadas por sus devotos.

Desde primera hora fue incesante el paso de cantillaneros y foráneos por las plantas de la Virgen, especialmente en las horas del mediodía en que la cola se extendía por toda la cuesta del porche y llegaba a la calzá, y cuya afluencia, siempre respetando las distancias y las medidas de seguridad, impidió que se cerrase a las dos y media de la tarde como estaba prevista, teniendo que permanecer abierta la ermita pasadas las tres, la hora santa en que Jesús expiro en la cruz, tal como estaba expuesto el Santo Cristo en ese momento, crucificado, propiciando otra imagen histórica del día.

No faltaron momentos emotivos, ni las saetas con las que algunos cantillaneros rezaron a su Patrona, ni las lágrimas, ni peticiones ni piropos a la Madre de Dios. A las cinco de la tarde, ya había devotos en la puerta esperando la apertura de la ermita, y de nuevo las mismas escenas de la mañana, mientras que, muy pronto el aforo de la ermita se iba completando para el acto del descendimiento, teniendo la hermandad que disponer de sillas en el porche para ampliar el aforo en un sermón que pudo seguirse en streaming por el canal de YouTube de la Hermandad, con una enorme audiencia.

La Soledad por la tarde había cambiado el manto grande por el manto corto de camarín y sobre unas pequeñas andas escoltada por los cirios llenos de moñitas que propiciaban una estampa peculiar de sabor añejo, se disponía para participar en la función del descendimiento. Así, puntual a las ocho de la tarde, la procesión de entrada antecedida de la cruz alzada avanzaba por el interior del templo hasta el Altar mientras la coral Santa Cecilia interpretaba magistralmente el Santo Dios, cuyas connotaciones sentimentales e históricas que tiene para nuestro pueblo hizo emocionar a muchos de los asistentes. Solemnísimo, emocionante y sobrecoger fue el sermón y el rito del descendimiento, como comentaba algunos que asistían por primera vez. Cantillana asistía al descendimiento del cuerpo inerte del Redentor, en el mismo espacio de tiempo que tuvo lugar hace dos mil años, la tarde del Viernes Santo; y en la Soledad, convertida como cada Viernes Santo, en el Gólgota cantillanero.

Una vez descendido el Señor, con un impresionante silencio del público asistente, fue presentado a la Virgen de la Soledad y posteriormente se procedió al rito del lavatorio con unción, asperge e incensación de la imagen del Señor ya descendido. Sobre el cuerpo del Señor se esparcieron pétalos de azahar para después amortajarlo con la preciosa mantilla que tradicionalmente sirve de sudario.

Entre el canto del perdona a tu pueblo Señor y la oscuridad de la noche que caía sobre la ermita rota por la luz de cirios y faroles, la cruz de guía con manguilla negra de la hermandad abría la procesión del Santo Entierro en la que participaba la Junta de Gobierno, representaciones de las distintas hermandades las autoridades civiles y miliares de la villa y en representación de la Orden Pontificia del Santo Sepulcro, el Conde de Almansa, el Ilmo. Sr. D. Rafael del Campo y Fernández de Tejada.

De forma excepcional, la Virgen de la Soledad portada por cuatro hermanos en andas acompañaba a su Hijo en el Entierro y cerraba el cortejo fúnebre que avanzaba lentamente por el santuario hasta llegar a la puerta donde las imágenes se volvieron hacia la explanada. El momento en que la Patrona llegó a las puertas fue inenarrable, el sobrecogedor silencio de los fieles se rompía con un río de murmullo y sollozos, de miles de peticiones, de suplicas, y de lágrimas en los ojos de casi todos los devotos que en la ermita y en la puerta presenciaban la escena. La Virgen miraba desde la atalaya de su santa casa al pueblo que desde hace cinco siglos la tiene como Madre y Protectora, durante unos segundos, el tiempo parecía pararse en la Soledad.

Con el canto de la Salve y el Himno de Nuestra Señora de la Soledad interpretado por el coro de Santa Cecilia y cantado por todo el pueblo finalizaba el descendimiento poco antes de las nueve  y media de la noche, continuando la visita a la Virgen de los fieles que esperaban en la puerta, hasta que pasadas las diez de la noche se cerraba el templo dando por concluido un Viernes Santo histórico donde nuevamente quedó de manifiesto, y de una forma rotunda, la gran devoción que el pueblo de Cantillana le profesa a su Madre, Patrona y Alcaldesa.
























Fotos: J. Ángel Espinosa